sábado, 15 de diciembre de 2012

Reflexión bíblica



 1ª) ¡Es necesario tomar en serio la honradez 
y las propias responsabilidades!

La gente preguntaba a Juan: ¿Entonces, qué hacemos? Juan realiza una actividad proclamadora de carácter profético. Los vv. 10-14 recogen algunos ejemplos de la predicación ética del Bautista, centrada principalmente en el comportamiento social. De este modo, Juan aparece como el heredero legítimo de la predicación profética, especialmente cuando denuncian los abusos de los ricos contra los pobres (Amós, Isaías). 

Juan se esfuerza en promover un interés generoso, una sincera preocupación por los demás. La radicalidad de la predicación escatológica cede ahora ante la exigencia de otras demandas: asistencia al necesitado, honestidad en los negocios, equidad en la aplicación de la justicia. Los puntos concretos, las recomendaciones específicas de Juan a sus compatriotas judíos, se dirigen también, en la intención de Lucas, a los lectores cristianos de su evangelio: es lo que él espera de la comunidad cristiana. La colocación, precisamente aquí, del kerigma escatológico, proclamado por el Bautista, y de sus exigencias éticas revelan la concepción lucana del influjo que tenía que ejercer el kerigma sobre el desarrollo normal de la vida cotidiana. El que tiene dos túnicas o para comer: ¡reparta! No exijáis más de lo que está fijado... No hagáis extorsión a nadie.
2ª) ¿Es Juan el Mesías?

El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo... El os bautizará con Espíritu Santo y fuego. La parte más importante de todo este episodio es la tercera subdivisión (vv. 15-18), que muestra cómo era la predicación mesiánica —o, si se prefiere, cristológica— de Juan Bautista. 

La predicación mesiánica del Bautista está teñida de un cierto matiz escatológico. Merece ser subrayada la titulación que se da a Jesús en este fragmento: el Mesías, el que ha de venir, el más Fuerte. Juan no es sólo una figura escatológica, sino también un predicador profético que anuncia la llegada de uno más Fuerte, de una figura mesiánica que "está para llegar" y que llevará el plan de salvación a su plenitud. Juan no ha realizado milagros; se ha limitado a predicar, denunciar, exhortar y dirigir la mirada de todos a los más débiles como condición imprescindible para recibir al Mesías verdadero. Esos serán signos inequívocos del verdadero Mesías. 

Por eso la gente deduce la posibilidad de que Juan fuera el Mesías. Pero Juan, honrado y veraz, clarifica la situación y saca a las gentes de su error: él no es el Mesías, sino Otro que pronto aparecerá. Ésta es la grandeza de Juan. Supo estar y ceñirse a la misión que se le encomendó. Lección para nuestro mundo, para las relaciones humanas en nuestra sociedad: el otro es más importante, veracidad en los medios de comunicación, en las relaciones familiares, laborales y económicas. Juan denunciaría hoy con energía los excesos de cierto tipo de publicidad agresiva movida sólo por el provecho de unos pocos en perjuicio de la colectividad.
3ª) ¡En marcha!

La liturgia de la palabra orienta nuestra mirada a la aparición de Jesús en el ministerio, en la proclamación del último mensaje de salvación. Con Él se cumple la promesa: es el que ha de venir. En ese tiempo de espera se pide al cristiano y se le ofrece la posibilidad de vivir en fiesta porque Dios está en medio de su historia dirigiéndola tanto en el plano personal como social y universal. Dios está presente y cerca del hombre. 

El cristiano debe traducir su esperanza en una experiencia del gozo del Espíritu. Vive en un mundo tentado por la ansiedad, la amargura y la carencia de felicidad. Y que esta experiencia sea notoria, sea creíble por los hombres. Son los signos que anticipan el Reino. Es el talante y estilo de vida del cristiano en medio del mundo. Debe vivir y trabajar por la paz estable y duradera. En el tiempo de espera el cristiano está destinado en este mundo a ser agente o promotor de paz.

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