viernes, 14 de diciembre de 2012

El plan del Señor subsiste por siempre. Por Guillermo Juan Morado

“El plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad” (Sal 32,11). El Salmo 32 es un himno de alabanza que se refiere al proyecto divino que guía la historia: “El plan del Señor subsiste por siempre”. Un proyecto que no está abocado al fracaso, ya que Dios triunfará.

Acercarse al Sagrado Corazón de Jesús equivale a meditar sobre este plan, sobre este misterio, contemplando la magnitud del amor de Dios a los hombres manifestado en Cristo. 

El Concilio Vaticano II enseña que “dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina” (DV 2). 

El misterio de su voluntad es un designio de benevolencia, de misericordia y de amor que consiste en “recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,10). Toda la realidad encuentra su síntesis en Cristo, Dios y Hombre, auténtico vértice de la creación.

¿Cómo entramos cada uno de nosotros en este proyecto? Entramos de un modo muy significativo, ya que no hemos venido a la existencia por azar o casualidad, pues Dios nos ha elegido, incluso antes de la creación del mundo, para ser hijos adoptivos suyos por la gracia: “Él nos ha destinado por medio de Jesucristo según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos” (Ef 1,5).

La iniciativa divina está en el origen de todo. Es, como enseña el papa Benedicto XVI, “un don gratuito de su amor que nos envuelve y nos transforma” (“Audiencia General”, 5-XII-2012).




San Pío X se hacía eco de este mensaje bíblico cuando hablaba de la consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús: “Instaurare omnia in Christo”; es decir, hacer de Cristo el centro de todas las cosas, superando así la dispersión, el desorden y el sinsentido.

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