jueves, 31 de octubre de 2013

HALLOWEEN Y CRISTIANISMO



De manera creciente Halloween va incorporándose a la mentalidad común como un acontecimiento de jóvenes y niños. Es impulsado desde los medios de comunicación social, institutos de inglés, desde boliches bailables e incluso algunos colegios católicos permiten que sus alumnos festejen y celebren Halloween.
¿Pero qué es realmente Halloween? ¿Es solamente una fiesta? ¿Es una ocasión para disfrazarse y divertirse? ¿Es una fiesta similar a la fiesta de todos los santos o de los difuntos que celebra la Iglesia? ¿Es otra manifestación de la cultura globalizada a la que nos tenemos que acostumbrar? ¿Qué significado encierra esta fiesta? ¿Cuáles son sus orígenes? ¿Cuáles son los valores que encierra en sí? ¿Cómo influye en la mentalidad de nuestros hijos?
En estas líneas se tratará de dar algunas pistas para responder a estos interrogantes.
2- Origen del Halloween y su relación con la Fiesta de Todos los Santos
El origen celta
El halloween tiene un origen ajeno a la fe cristiana. Esta celebración se atribuye a los celtas (que vivían en la actual zona de Irlanda) y se llamaba originalmente "Samhain", que entre otras cosas, tenía como objetivo dar culto a los muertos. La invasión de los romanos (46 a.C.) a las Islas Británicas dio como resultado la mezcla de la cultura Celta con los usos y costumbres de la Europa continental. El Druidismo, religión de los celtas, fue disminuyendo paulatinamente con la evangelización cristiana, y terminó por desaparecer en la mayoría de las comunidades celtas a finales del siglo II.
Las festividades de Samhain se celebraban muy posiblemente entre el 5 y el 7 de noviembre con una serie de festividades que duraban una semana, finalizando con la fiesta de "los muertos" y con ello se iniciaba el año Celta.
Antecedentes de la festividad cristiana
Siglo IV: la iglesia de Siria consagraba un día a festejar a "Todos los mártires".
Año 615 d.c: el Papa Bonifacio IV (+615) transformó un templo romano dedicado a todos los dioses (pantheón) en un templo cristiano dedicándolo a "Todos los Santos".
Año 741 d.C: el Papa Gregorio III cambió la fecha de la fiesta en honor de Todos los Santos que se celebraba inicialmente el 13 de mayo al 1° de noviembre, que era el día de la "Dedicación" de la Capilla de Todos los Santos en la Basílica de San Pedro en Roma.
Año 840 d.C: el Papa Gregorio IV ordenó que la fiesta de "Todos los Santos" se celebrara universalmente. Como era una fiesta mayor, tuvo su celebración vespertina en la "vigilia" para preparar la fiesta (el día 31 de octubre). Esta celebración cristiana de la vigilia o tarde del día anterior a la fiesta de todos los Santos, dentro de la cultura inglesa se llamó "All Hallow's Even" (Vigilia de todos los Santos). Con el tiempo su pronunciación fue cambiando primero a "All-Hallowed Ev" y posteriormente a "All Hallow Een" para terminar con la palabra que hoy conocemos: "halloween".
Año 998 d.C: San Odilón, abad del monasterio de Cluny (en el sur de Francia) había añadido la celebración del 2 de noviembre, como una fiesta para orar por las almas de los fieles que habían fallecido, por lo que fue llamada fiesta de los "Fieles Difuntos", la cual se difundió en Francia y, posteriormente al resto de la Iglesia.
Halloween tiene de cristiano solamente un nombre deformado, pues la esencia de la fiesta de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos es totalmente distinta a la costumbre anglosajona de la cual nació la Fiesta de Halloween.



¿Somos concientes de todo lo que implica esta costumbre?
Muchos grupos satánicos y ocultistas han tomado el 31 de octubre como la fecha más importante de su calendario. Ese día es llamado el día del "Festival de la muerte" y constituye la víspera del año nuevo para la brujería.
Anton LaVey, autor de "La Biblia Satánica" y sumo sacerdote de la iglesia de satanás, dice que el día más importante para los seguidores del maligno es el de Halloween. En esta noche los poderes satánicos ocultos y de brujería están a su nivel de potencia más alto. Satanás y sus poderes están en su punto más fuerte esta noche.
El halloween está directamente ligado al ocultismo. Es un hecho registrado y documentado que en la noche del 31 de octubre en Irlanda, Estados Unidos y muchos países de Hispanoamérica se realizan misas negras, cultos espiritistas y otras reuniones relacionadas con el mal y el ocultismo.
Haciendo un simple análisis, es evidente la connotación negativa de las imágenes con que se "adornan" tarjetas, afiches, pegatinas y disfraces relacionados al Halloween. Salta a simple vista que el mensaje de amor, caridad, paz y esperanza que nos trajo Nuestro Señor Jesucristo se haya totalmente divorciado de estas imágenes sangrientas, que retratan a brujas, hechiceras, muertos andantes, vampiros y demás engendros que nada tienen de constructivo. Halloween, es, por sí misma, una "celebración" de la maldad.
Una propuesta de temas para considerar detenidamente nuestra fe católica y la actitud que debemos tomar ante el halloween.
Ante todos estos elementos que componen hoy el Halloween, vale la pena reflexionar y hacerse las siguientes preguntas:
¿Es que, con tal que se diviertan, podemos aceptar que los niños al visitar las casas de los vecinos, exijan dulces a cambio de no hacerles un daño (estropear muros, romper huevos en las puertas, etc.)? Respecto de la conducta de los demás se puede leer el criterio de Nuestro Señor Jesucristo en Lc 6,31.
¿Qué experiencia (moral o religiosa) queda en el niño que para "divertirse" ha usado disfraces de diablos, brujas, muertos, monstruos, vampiros y demás personajes relacionados principalmente con el mal y el ocultismo, sobre todo cuando la televisión y el cine identifican estos disfraces con personajes contrarios a la sana moral, a la fe y a los valores del Evangelio.? Veamos qué dice Nuestro Señor Jesucristo del mal y lo malo en Mt. 7,17 Mt. 6,13. La Palabra de Dios nos habla de esto también en 1ª Pe. 3, 8-12.
¿Cómo podemos justificar como padres de una familia cristiana que nuestros hijos, el día de Halloween hagan daño a las propiedades ajenas? ¿No seríamos totalmente incongruentes con la educación que hemos venido proponiendo en la cual se debe respetar a los demás y que las travesuras o maldades no son buenas? ¿No sería esto aceptar que, por lo menos, una vez al año se puede hacer el mal al prójimo? ¡Qué nos enseña Nuestro Señor Jesucristo sobre el prójimo? Leamos Mt. 22, 37-40



Sugerencias para los padres de familia
¿Cómo darle a los hijos una enseñanza auténtica de la fe católica en estas fechas? ¿Cómo hacer que se diviertan con un propósito verdaderamente católico y cristiano? ¿Qué podemos enseñarles a los niños sobre esta fiesta?
Ante la realidad que inunda nuestro medio y que es promovida sin medida por el consumismo nos preguntamos ¿qué hacer? ¿Taparnos los ojos para no ver la realidad? ¿Buscar buenas excusas para justificar su presencia y no darle mayor importancia a este "juego"? ¿Debemos prohibirles a nuestros hijos participar en el halloween mientras que sus vecinos y amigos se "divierten"? ¿Serían capaces los niños de entender todos los peligros que corren y por qué de nuestra negativa a participar en esto?
La respuesta no es sencilla, sin embargo creemos que sí hay algunas cosas que podemos hacer:
Lo primero es organizar una catequesis con los niños en los días anteriores al halloween, con el objeto de enseñarles el por qué de la festividad católica de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, haciéndoles ver la importancia de celebrar nuestros Santos, como modelos de la fe, como verdaderos seguidores de Cristo.
En las catequesis y actividades previas a estas fechas, es buena idea que nuestros hijos inviten a sus amigos, para que se atenúe el impacto de rechazo social y sus compañeros entiendan por qué no participan de la misma forma que todo el mundo.
Debemos explicarles de manera sencilla y clara, pero firme, lo negativo que hay en el Halloween y la manera en que se festeja. Es necesario explicarles que Dios quiere que seamos buenos y que no nos identifiquemos ni con las brujas ni con los monstruos, pues nosotros somos hijos de Dios.

miércoles, 30 de octubre de 2013

La diócesis de Alcalá de Henares vuelve a celebrar Holywins como alternativa a Halloween

 
(EP) «Invitamos a la gente a entrar al templo esa noche, donde está Jesús en la Eucaristía expuesto y les anunciamos un mensaje muy sencillo de vida –que Jesús ha dado muerte a la muerte y nos ha abierto las puertas del cielo– y es sorprendente ver cómo hay muchísima gente que entra y hay imágenes muy bonitas», ha explicado a Europa Press el encargado de la organización de esta fiesta en la Diócesis de Alcalá de Henares (Madrid), Carlos Cortés, de 34 años.
Esta iniciativa, según ha explicado, tiene como objetivo ser una fiesta «en cristiano» de lo que de verdad se celebra el Día de Todos los Santos: la esperanza que tienen los cristianos en el cielo y la llamada a la santidad. Sin embargo, ha precisado que Holywins «no pretende ser un contra-Halloween» ni quiere ser «un ataque frontal» a esta tradición.
En cualquier caso, ha admitido que la fiesta pagana «oscurece el sentido de lo que se celebra» y, ante esto, la fiesta de Holywins nace para «rescatar» lo que la Iglesia celebra este día, que está «apagado, olvidado, eclipsado» por Halloween.

La idea se extiende por España y Europa

Aunque la idea ya se ha extendido por España y por Europa y este año se celebrará también en Elche (Alicante), en Alcalá de Henares, donde llevan celebrando Holywins cinco años, la fiesta de este jueves estará marcada por la Eucaristía del obispo de la diócesis, Mons. Juan Antonio Reig Plà que «apoya mucho este tipo de iniciativas», según su promotor.
La Misa comenzará a las 19,30 horas y desde allí, Mons. Reig Plà enviará a los «misioneros» a evangelizar por las calles. Antes, a las 17,00 horas, se celebrará la fiesta infantil con castillos hinchables y pintacaras, a la que acudirán disfrazados de santos (o de monstruos) niños de Ocaña, de Guadalajara así como de la capital.
La idea de Holywins nace en París (Francia) en 2002 promovida por un matrimonio que actualmente está dedicado a la evangelización en un movimiento llamado 'Festival Anuncio', según ha recordado Cortés. Al principio, consistía en evangelizar por las calles trasladando un mensaje de alegría pero ahora ha crecido hasta el punto de que los participantes acuden a los cementerios y reparten revistas o folletos en los que se habla de la esperanza cristiana.

Horarios de Misas

 
Solemnidad de Todos los Santos
 
En Lugones :
 
11:00
 
12:30
 
16.00 (Cementerio )
 
En Viella :
 
17:00
 
 
 
 
Memoria de los Fieles Difuntos
 
En Viella :
 
a las 18:00
 
En Lugones:
 
  a las 19.30

Todos los Santos o la festividad de la esperanza



Estamos en vísperas de la festividad de Todos los Santos, esto es, la conmemoración del infinito número de santos anónimos que deben de poblar las incontables estancias de la Casa del Padre. Y asociada a ella, el Día de los Fieles Difuntos. Fechas de visita obligada a los cementerios y honrar a los deudos con ramos de flores y macetas de plantas ornamentales. Por ello parecen fiestas tristes y recordatorio de ausencias dolorosos, cuando en realidad deberían ser días en los que se renueve la gran esperanza de reencontrarnos, cuando Dios disponga, con las personas a las que estuvimos estrechamente unidos durante toda nuestra vida: padres, consortes, hermanos, quizá hijos, amigos, etc., personas que de uno u otro modo completaron nuestra existencia personal.

Hay gentes a las que da repelús los cementerios, los entierros, los difuntos, pensar incluso en la muerte o en el más allá, cuando se trata de un trance por el que, tarde o temprano, hemos de pasar todos. Yo me acostumbré temprano a mirar de cerca a lo inevitable, siendo monaguillo, allá en mi pueblo, cuando acompañaba al cura a administrar la extremaunción, como se decía entonces, a un moribundo, y asistía a los entierros, con los demás monaguillos, revestidos con sotana negra y roquete blanco. Ahora voy como poco una vez a la semana a visitar la tumba de mi esposa, regar las jardineras, cuidar las plantas y limpiar los mármoles. Nada de todo ello me da aprehensión; al contrario, me esponja el alma, me reconforta el espíritu y refuerza mi esperanza. Hablo con ella, aunque eso lo hago a todas horas en mi casa, sobre todo cuando rezamos “juntos” el rosario, o participamos en la misa cogidos con disimulo del bracete, como hacíamos en vida de ella. Aparte de pedirle a diario que vele por mí, por nuestros hijos y nuestros nietos, según hacíamos antes, que tenga un poco de paciencia y me espere hasta que se cumpla el plazo de Dios, y podamos estar “por fin otra vez juntos y para siempre”, como tengo dicho a mis hijos que debe figurar en el epitafio de la que será nuestra tumba compartida.

Por lo tanto, cómo no va a parecerme una fiesta de gran esperanza la de Todos los Santos, si es una conmemoración de la infinita misericordia divina, que nos perdona y acoge. El reconocimiento de que Dios nos quiere, nos ama más allá de todo límite, según se manifiesta de manera expresiva en el número incalculable de bienaventurados que recordamos en este día.

Sin embargo, ¿qué esperan los que no esperan nada, los increyentes, los “dejados de la mano de Dios? Debe ser terrible no tener fe ni esperanza, no esperar nada cuando terminen los días de penar en esta vida. Porque venimos a este mundo a sufrir, solos o en compañía. Todo el mundo quiere ser feliz, es una aspiración universal del ser humano, pero sólo los más afortunados logran evadirse a tramos, normalmente en un entorno familiar afectivo o religioso, de nuestra penosa condición. La vida terrenal, después de todo fugaz, es una existencia mayormente penitente, purgante (el purgatorio está aquí), luego ha de existir un más allá donde nos sea permitido alcanzar la plenitud de la vida personal, que sólo puede ser realmente plena y feliz con la visión beatífica del Dios asimismo pleno y gozoso. En otro caso la humanidad, el hombre, sería la expresión genuina del fracaso total, de la frustración absoluta, porque todo el mundo perseguiría, en todas partes y en todos los tiempos, una quimera, un engaño, un imposible. Sería demasiado cruel. Pero Dios, rector del cosmos y amor infinito, está al quite, y nos salva del terrorífico vacío de la nada. De ahí que debamos celebrar en actitud fervorosa de espera, la festividad de la gran esperanza.
 

¡Ay de mí si no evangelizara!


 
El apóstol San Pablo lo tenía bastante claro: “Porque evangelizar no es gloria para mí, sino necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizara!” (1ª Cor 9,16). La evangelización no es una opción para la Iglesia. Es su deber. Una Iglesia que no evangeliza, que renuncia a ser instrumento de la conversión de los no creyentes, traiciona a Cristo, que fue quien nos ordenó que fuéramos e hciéramos “discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt 28,19-20).
Mientras exista un solo hombre o mujer en este mundo que no haya recibido la luz del evangelio, la Iglesia no habrá finalizado su misión. Obviamente no todos lo que son evangelizados se convierten. Bien sabemos que estrecha es la puerta que nos lleva a la salvación y ancha la que conduce a la perdición. Pero al menos han de saber que existe esa puerta estrecha, en la que Cristo está invitando a todos a cruzarla.
De hecho, lo primero que hizo la Iglesia en Pentecostés fue predicar abiertamente el evangelio. El primer discurso del apóstol Pedro (Hechos 2,15-36) provocó la inmediata conversión de miles de judíos. Es interesante ver cuál fue el efecto de esa primera predicación:
Oyéndole, se sintieron compungidos de corazón y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos?
Pedro les contestó: Arrepentios y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. (Hch 2,37-38)
Como vemos, esa primera predicación del evangelio provocó que los evangelizados se sintieran en la condición de pecadores necesitados de una solución, que viene de Cristo. He ahí la clave de todo. Nosotros no somos mensajeros de malas noticias, sino de salvación. No nos limitamos a decir a los incrédulos que viven en pecado, sino que les ofrecemos a Aquél que les puede redimir y salvar.
Ahora bien, puede haber diversos modos de evangelizar. El propio San Pablo no hablaba igual cuando entraba en una sinagoga que cuando se dirigía a los paganos en el agora de Atenas (Hch 17,16 y ss). A los judíos no tenía necesidad de explicarles que hay un solo Dios. A los paganos sí. Y una vez les dice que solo hay un Dios, les habla de Cristo. La reacción de los paganos atenienses fue ciertamente sintomática:
Cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se echaron a reír, otros dijeron: Te oiremos sobre esto otra vez. Así salió Pablo de en medio de ellos. Algunos se adhirieron a él y creyeron, entre los cuales estaban Dionisio Areopagita y una mujer de nombre Damaris y otros más. (Hch 17,32-34)
Bien sabemos que el evangelio es locura para muchos hombres.
Pues por no haber conocido el mundo a Dios en la sabiduría de Dios por la humana sabiduría, plugo a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. (1º Cor 1,21)
Bien sabemos que muchos reaccionarán como el gobernador Félix ante la predicación de San Pablo:
Disertando él sobre la justicia, la continencia y el juicio venidero, se llenó Félix de terror. Al fin le dijo: Por ahora retírate; cuando tenga tiempo volveré a llamarte. (Hch 24,25)
Y bien sabemos que en ocasiones, la predicación del evangelio va acompañada del martirio del evangelizador. Hay tantos ejemplos de ello, que no hace falta que cite ninguno.
Ahora bien, evidentemente, a la hora de evangelizar hay que saber de dónde parte el que va a ser evangelizado. Si ni siquiera cree en la existencia del alma, habrá que decirle que el alma existe. Si no cree en la existencia de Dios, habrá que intentar sacarle de su error. Si cree en un dios falso, habrá que conducirle hacia el Dios verdadero (1ª Jn 5,20). Y entiéndaseme bien. No somos nosotros los que hacemos eso, sino el Espíritu Santo, que se vale de nosotros a pesar de nuestra condición pecadora.
¿Qué nos motiva a evangelizar? ¿Qué nos lleva a ofrecer la salvación en Cristo a todos los hombres? El amor. El evangelizador tocado por el Espíritu Santo siente sobre todo amor por las almas perdidas. Ese amor que llevó al mismísimo Dios a enviar a su Hijo para salvarnos. En la segunda del oficio de ayer, aparece una cita de Sta Teresa de Lisieux, que a pesar de ser una monja de clausura, es patrona de las misiones. Cito (negritas mías):
Teniendo un deseo inmenso del martirio, acudí a las cartas de san Pablo, para tratar de hallar una respuesta. Mis ojos dieron casualmente con los capítulos doce y trece de la primera carta a los Corintios, y en el primero de ellos leí que no todos pueden ser al mismo tiempo apóstoles, profetas y doctores, que la Iglesia consta de diversos miembros y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano. Una respuesta bien clara, ciertamente, pero no suficiente para satisfacer mis deseos y darme la paz.



Continué leyendo sin desanimarme, y encontré esta consoladora exhortación: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. El Apóstol, en efecto, hace notar cómo los mayores dones sin la caridad no son nada y cómo esta misma caridad es el mejor camino para llegar a Dios de un modo seguro. Por fin había hallado la tranquilidad.
Al contemplar el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido a mí misma en ninguno de los miembros que san Pablo enumera, sino que lo que yo deseaba era más bien verme en todos ellos. Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos: entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor. Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno.
Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: «Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado».
Tremendo. Si falta el amor, ni los apóstoles predican el evangelio ni los mártires derraman su sangre. Una Iglesia que no evangeliza es una Iglesia que ha perdido el amor por las almas. Recordemos el aviso de Cristo a la Iglesia en Éfeso y reflexionemos sobre si no sirve para muchas iglesias locales de hoy en día:
Conozco tus obras, tus trabajos, tu paciencia, y que no puedes tolerar a los malos, y que has probado a los que se dicen apóstoles, pero no lo son, y los hallaste mentirosos, y tienes paciencia y sufriste por mi nombre, sin desfallecer.
Pero tengo contra ti que dejaste tu primera caridad. Considera, pues, de dónde has caído, y arrepiéntete, y practica las obras primeras; si no, vendré a ti y removeré tu candelero de su lugar si no te arrepientes. (Ap 2,2-5)
¿Hemos caído de nuestro primer amor? ¿hemos dejado de tolerar a los falsos apóstoles? No afirmo. Solo pregunto.
Sin amor, no evangelizamos. Si no evangelizamos, es que hemos perdido no solo el amor por los que necesitan la salvación sino por Aquél que murió en la Cruz para salvarnos a todos.
No podemos conformarnos con que haya mil millones -o los que sean- de bautizados en el mundo. San Pablo nos muestra el camino:
Agripa dijo a Pablo: Poco más, y me persuades a que me haga cristiano.
Y Pablo: Por poco más o por mucho más, pluguiese a Dios que no sólo tú, sino todos los que me oyen se hicieran hoy tales como lo soy yo, aunque sin estas cadenas. (Hech 26-28-29)
Buscamos la conversión de TODOS. Anhelamos la conversión de TODOS. Nos desgastamos, si es necesario, por la conversión de TODOS. No hay otra forma de ser fieles a Cristo. No se trata de ganar debates dialécticos, de quedar bien ante nuestros hermanos. Se trata de salvar almas. Y hay un solo nombre dado a los hombres en el que pueden ser salvos: Jesucristo (Hech 4,12)
¿Ha de ser la predicación solamente de palabra? No. Nuestras buenas obras dan testimonio de Dios. Lo dice Cristo: “Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos” (Mt 5,16). Así nos exhorta la epístola de Santiago:
¿Qué le aprovecha, hermanos míos, a uno decir: Yo tengo fe, si no tiene obras? ¿Podrá salvarle la fe? Si el hermano o la hermana están desnudos y carecen de alimento cotidiano, y alguno de vosotros les dijere: Id en paz, que podáis calentaros y hartaros, pero no les diereis con qué satisfacer la necesidad de su cuerpo, ¿qué provecho les vendría? Así también la fe, si no tiene obras, es de suyo muerta.
Mas dirá alguno: Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame sin las obras tu fe, que yo por mis obras te mostraré la fe. (Stg 2,14-18)
Es por ello que la Iglesia siempre ha acompañado la predicación del evangelio de la caridad hacia los más necesitados. No puede faltar ni lo uno ni lo otro. Y se equivoca gravemente el que deja de hacer alguna de las dos cosas. No podemos ofrecer a Cristo sin dar de comer al hambriento ni de beber al sediento. Ni podemos dejar saciados de pan y agua al pecador sin ofrecerle el pan de vida que bajó del cielo. Miserable es tanto el que niega el pan terreno como el pan celestial, siendo que tiene ambos para compartir. ¿Quién es el necio que llama “respeto hacia el prójimo” el no ofrecerle la salvación? ¿Quién es el necio que cree que basta con hablar de Cristo sin comportarse como el samaritano que atiende al que está postrado en el camino?
Acabo como empecé. Citando a San Pablo:
“Porque evangelizar no es gloria para mí, sino necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizara!” (1ª Cor 9,16)
Ay de nosotros si nos dejamos llevar por la comodidad de no arrostrar la cruz y las dificultades que derivan de ser las manos y los pies que Dios usa para salvar en Cristo a este mundo. Más nos valiera no haber nacido ni habernos convertido. Quiera Dios despertar en nuestros corazones el celo por las almas perdidas. El mismo Dios dice: “Porque no quiero la muerte del que muere. Convertíos, pues, y viviréis” (Ez 18,32). Así sea.

Luis Fernando Pérez Bustamante

martes, 29 de octubre de 2013

Ser libre no es ser independiente

 
 
Leí en IDEAS CLARAS del 30 de septiembre un artículo del gran apóstol
de la pluma (ahora diríamos "del ordenador"), el P. Miguel Rivilla, una idea
que me ha  sugerido este artículo.

NO ES LO MISMO SER LIBRE QUE INDEPENDIENTE.
Algunos piensan que la libertad es para hacer lo que nos plazca, y no

 es así.

Todos estamos sometidos a normas. La diferencia es que se pueden

seguir   voluntariamente o pataleando.

El primero se siente libre; el segundo, no. Soy libre
porque hago voluntariamente lo que debo hacer.

No soy libre si lo hago a la fuerza. El que para
ser libre hace siempre lo que le apetece, sea bueno o malo, no es libre,

es esclavo de sus apetitos.

Dios nos ha hecho libres, pero nos ha dado unos mandamientos

que hay que cumplir.

Y a la Iglesia le ha dado potestad de mandar: "lo que atéis y

lo que desatéis".

Y Jesucristo, el más libre de la historia, se sometió a la voluntad del Padre.

Por eso en Gatsemaní decía: "no se haga mi voluntad, sino la tuya".

La Ley de Dios no es para quitar la libertad, sino para ayudar al hombre a

que se realice correctamente.

Son como las vías del tren, le obligan a ir por una ruta, pero para ayudar a

avanzar y llegar.

Si el tren, para ser libre, se sale de la vía, se despeña.
Tengamos la sensatez de ser libres haciendo voluntariamente lo que

debemos hacer.

JORGE LORING, S.I.
 
 
 
 

Evangelizar a los niños



Hace ya algunos años que se está implantando en las parroquias un plan completo de catequesis de iniciación cristiana para niños. ¿Esto que quiere decir?

Si un adulto quisiese bautizarse tendría que entrar a un catecumenado y recibir durante un tiempo más o menos largo (dos, tres años) la instrucción necesaria para, una vez completada, recibir los sacramentos de Iniciación Cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía). Todo esto da por supuesto que el catecúmeno ha tenido una experiencia previa de Dios, que le ha sido anunciado el evangelio y que ha creído en Jesucristo, y por eso ha pedido incorporarse a la Iglesia.

En el caso de los niños durante siglos la Iglesia ha considerado bueno, en virtud de la fe de los padres y con la certeza de que van a ser educados en la fe, no retrasar el bautismo. Por eso se "salta" la catequesis previa, y se hace cuando los niños son más mayores completando la Iniciación Cristiana con los sacramentos de la Confirmación y la Eucaristía en una edad más tardía. Pero así hemos caído en el "vicio" de considerar la catequesis como una "preparación" para recibir tales sacramentos y no como un itinerario completo e integral de instrucción en la fe. En cualquier caso la transmisión de la fe estaría garantizada en la familia.
¿Seguro...?
Hoy, yo como párroco y seguramente muchos de vosotros nos encontramos con niños que comienzan el proceso de iniciación cristiana sin haber tenido ninguna experiencia de Dios y sin creer en Jesucristo. ¿De quién es la culpa? ahora no es el momento de echar culpas sino de asumir responsabilidades. Yo, como responsable de la catequesis en mi parroquia tengo el deber de asegurar que el proceso de iniciación cristiana se haga completo y con la mayor perfección posible. Pero esto no puede ser si los niños reciben catequesis sin haber tenido experiencia de Dios y un encuentro con Jesucristo.

Por eso en mis parroquias este curso estamos dedicando el primer trimestre a que los niños puedan tener una experiencia de Dios. Algunos, gracias a Dios, ya la tienen porque en sus casas se vive la fe, pero muchos otros no tienen la más mínima experiencia porque en sus casas no se vive o incluso se vive abiertamente en contra de la fe. Habría que dar el premio Nóbel o una medalla pontificia a quién supiese explicar por qué esos padres "apuntan" a los niños en catequesis. En cualquier caso, para todos los niños inscritos en la catequesis estamos haciendo un Taller de Oración y Vida que durará hasta Navidad y con el que pretendemos que puedan tener una experiencia de Dios y de encuentro con Jesucristo a través de la oración. Después, sólo después, empezarán el proceso de catequesis que, dicho sea de paso, en mi diócesis al menos, está muy bien estructurado y desarrollado, pero presupone la fe y la fe en muchos casos no está, hay que suscitarla. Esto es lo que pretendemos con este Taller. No es la única manera, puede haber otras. Yo quiero seguir explorando las formas de poder hacer lo que se llama Primer Anuncio o Kerigma de la fe también con los niños.

Juan Luis Rascón Ors

lunes, 28 de octubre de 2013

Para las causas desesperadas

San Judas Tadeo y San Simón

 
San Judas Tadeo es uno de los santos más populares, a causa de los numerosos favores celestiales que consigue a sus devotos que le rezan con fe. En Alemania, Italia, América y muchos sitios más, tiene numerosos devotos que consiguen por su intercesión admirable ayuda de Dios, especialmente en cuanto a conseguir empleo, casa u otros beneficios.
Santa Brígida cuenta en sus Revelaciones que Nuestro Señor le recomendó que cuando deseara conseguir ciertos favores los pidiera por medio de San Judas Tadeo. Judas es una palabra hebrea que significa: "alabanzas sean dadas a Dios".
Tadeo quiere decir: "valiente para proclamar su fe".
Simón significa: "Dios ha oído mi súplica".
A San Simón y San Judas Tadeo se les celebra la fiesta en un mismo día porque según una antigua tradición los dos iban siempre juntos todas partes a predicanr la Palabra de Dios. Ambos fueron llamados por Jesús para formar parte del grupo de sus 12 escogidos o apóstoles. Ambos recibieron el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego el día de Pentecostés y presenciaron los milagros de Jesús en Galilea y Judea y oyeron sus sermones; le vieron ya resucitado y hablaron con Él después de su santa muerte en la Cruz, le vieron luego de Su gloriosa resurrección y fueron testigos prescenciales Su ascensión al cielo.
A Judas se le llama Tadeo para diferenciarlo de Judas Iscariote que fue el que entregó a Jesús.
San Judas Tadeo escribió una de las Cartas del Nuevo Testamento. En la misma, ataca a los gnósticos y dice que los que tienen fe pero no hacenbuenas obras son como nubes que no tienen agua, árboles sin fruto, y olas con sólo espumas, y que los que se dedican a los pecados de impureza y a hacer actos contrarios a la naturaleza, sufrirán la pena del fuego eterno.
La antigua tradición cuenta que a San Simón lo mataron aserrándolo por medio y, a San Judas Tadeo, cortándole la cabeza de un hachazo. A San Judas le pintan muchas veces con un hacha en la mano.

Con las víctimas, con los vencedores

 
 
Justo cuando la etarra Inés Del Río ha conseguido, la primera de una numerosa serie de peligrosos criminales, su excarcelación, ETA está en las instituciones y sus amigos celebran las buenas noticias que se les acumulan, cuando a sus víctimas aparentemente sólo les queda expresar su indignación, rabia e impotencia, deseo expresar una vez más, a mí que no me gusta nada perder, que quiero estar del lado de los vencedores, es decir, de las víctimas.

¿Cómo puede ser así? La primera razón la tuve el otro día, cuando me enteré de la sentencia de Estrasburgo. En mi primera oración después de la sentencia, llevaba una buena carga de indignación, comprendí que lo que debía pedirle a Dios en primer lugar para mí y los demás, era paz. Paz con Él y, en consecuencia, conmigo mismo y con mi conciencia. Y para ello debía escoger el lado justo, el lado bueno. Y ese lado bueno es el lado de las víctimas. Hay que ser muy malvado, sectario e imbécil para pensar que cuando uno pone una bomba o pega un tiro en la nuca, la razón la tiene no la víctima, sino el verdugo.

ETA nace de la conjunción del marxismo, la ideología que más muertes ha causado en el siglo XX, más todavía que el nazismo, con el nacionalismo radical. Sus métodos son sencillamente criminales, no repugnándole ni el asesinato premeditado de niños, como sucedió en el atentado a la casa cuartel de Zaragoza. Por ello, no ya el apoyo directo, sino, como recuerdan nuestros Obispos, el mero servirse del fenómeno del terrorismo para sus intereses políticos (uno aquí no puede por menos de recordar la frase, unos agitan el árbol y otros recogen las nueces), es una gravísima inmoralidad. Por ello no se puede ser neutral ante el terrorismo y una conciencia católica no puede lícitamente apoyar a las instituciones que acepten directa o indirectamente la dirección de ETA, ni tampoco a aquéllas que no condenan expresamente los atentados de ETA y no muestran de ese modo su independencia institucional e ideológica respecto de esa organización.

¿Por qué estoy con las víctimas? Porque Jesucristo está con ellas. En Mt 11,5 y en Lc 7,22 Jesús responde a los discípulos de Juan que han venido a preguntarle si Él es el Mesías Jesús les contesta haciéndoles ver sus obras de misericordia y en especial “los pobres son evangelizados”. Pero la lista de obras de misericordia para la Iglesia no son sólo las obras de misericordia corporales, sino también las espirituales, y una de ella es consolar a los afligidos. Y las víctimas han sufrido y están sufriendo mucho no sólo directamente por causa de los crímenes que les han golpeado, sino viendo como muchos que debieran apoyarles con todo, se preocupan de ayudar a sus contrarios, como el juez presuntamente español de Estrasburgo, defendido estos días increíblemente por los socialistas en las televisiones, individuo que no sólo votó a favor de la etarra, sino que recibió en Estrasburgo a los filoetarras, pero se negó a hacerlo con las víctimas del terrorismo.

En la presente situación creo que es bueno que nos fijemos en la Biblia y lo que nos dice sobre la prosperidad de los malvados o impíos. Varioa textos hacen referencia a ello. Así en el Salmo 49 leemos: “el hombre no perdura en su esplendor” (v.13) y “a su muerte nada se llevará consigo” (v. 18), en el Salmo 73 nos habla del aparente éxito del impío en los versículos 3-15, pero en el 17-19 se nos dice: “Hasta que penetré en el misterio de Dios y puse atención a sus postrimerías, ciertamente los pones tú en el resbaladero y los precipitas en la ruina... Son consumidos por el espanto”. En Proverbios 6 leemos “el hombre malo es digno de desprecio” (v. 12), “por eso vendrá sobre él de improviso la ruina” (v. 15) y entre las cosas que aborrece Yahvé “manos que derraman sangre inocente” (v. 17). El Catecismo de la Iglesia nos recuerda: “El terrorismo amenaza, hiere y mata sin distinción; es gravemente contrario a la justicia y a la caridad” (nº 2297).

Dado que todos vamos a morir, cada vez entiendo menos a aquéllos que basan su vida en el odio y en hacer el mal. Pido por su conversión, porque si no se arrepienten, al final de su vida van a oír las terribles palabras: “Apartaos de mí, malditos. Id al fuego eterno” (Mt 25,41). En sentido contrario recuerdo lo que me decía una persona, posible víctima de los terroristas y no muy creyente: “si me matan los terroristas y Dios existe, creo que me presento en mejores condiciones si me han matado por cumplir con mi deber”. Por eso creo que los verdaderos vencedores son las víctimas, como en el Siglo XX los vencedores fueron las víctimas inocentes y no sus asesinos.

Pedro Trevijano

domingo, 27 de octubre de 2013

Yo celebraré


Arrogancia

La oración, además de perseverante, ha de ser humilde. Por eso comienza con el reconocimiento de los propios pecados: “los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan”, dice el libro del Eclesiástico. La humilde toma de conciencia de lo que somos debe empujarnos a ofrecernos al Señor para ser purificados: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”, rezaba el publicano.

La oración es incompatible con el menosprecio de Dios. “¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde ‘lo más profundo’ (Sal 130,1) de un corazón humilde y contrito?”, se pregunta el Catecismo. Atribuirse principalmente a uno mismo, y no a Dios, las buenas obras equivale, en cierto modo, a negar a Dios, ya que todo lo bueno procede de Él.

San Gregorio comenta que “de cuatro maneras suele demostrarse la hinchazón con que se da a conocer la arrogancia”. La primera de ellas es “cuando cada uno cree que lo bueno nace exclusivamente de sí mismo”. El fariseo no se desprende de su yo: “Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. De este modo no reconoce la primacía de la acción de Dios. Las buenas obras se deben, en primer lugar, a la gracia de Dios, y solo secundariamente a nuestra colaboración libre con ella.

Se da a conocer también la arrogancia “cuando uno, convencido de que se le ha dado la gracia de lo alto, cree haberla recibido por los propios méritos”. En sentido estricto, frente a Dios no hay “mérito” por parte del hombre: “Entre Él y nosotros, la desigualdad no tiene medida, porque nosotros lo hemos recibido todo de Él, nuestro Creador” (Catecismo, 2007). Los méritos de nuestras obras son dones de Dios que tienen su fuente en el amor de Cristo.

La tercera manifestación de la soberbia, sigue diciendo San Gregorio, se da “cuando se jacta uno de tener lo que no tiene”. La alabanza propia más absurda, desordenada y presuntuosa consistiría en considerarse uno mismo como perfecto, como santo, olvidando que es Dios quien nos santifica.

Finalmente, la cuarta manera de mostrarse la arrogancia se produce “cuando se desprecia a los demás queriendo aparecer como que se tiene lo que aquéllos desean”: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano”, dice el fariseo.


Ninguno de nosotros está libre de la tentación de suplantar a Dios y de colocarse a sí mismo en su lugar, convirtiéndose en adorador del propio yo. Santa Teresa decía que el edificio de la vida cristiana “va fundado en la humildad, mientras más llegados a Dios, más adelante ha de ir esta virtud, y si no va todo perdido”.

Pidamos al Señor este gran don de la humildad para que podamos combatir bien nuestro combate, manteniendo la fe (cf 2 Tm 4,7), de forma que todo lo que hagamos movidos por su gracia nos sirva, no para enorgullecernos, sino para darle a Él toda la gloria.

Guillermo Juan Morado.

Evangelio Dominical

 
 
Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):
 
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.” El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.” Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
 
Palabra del Señor

sábado, 26 de octubre de 2013

Cambio de hora

Aviso de última hora

 
 
La misa Mayor de mañana Domingo XXX del Tiempo Ordinario será aplicada por las victimas del terrorismo y por el eterno descanso del cantante Manolo Escobar.
 
Para ver el video La última plegaria de Manolo Escobar  pinche aqui:
 
 
 

Creo en la Santa Iglesia Católica

 
Después de afirmar la fe en Dios uno y Trino el Credo da un salto cualitativo cuando afirma: “creo en la Iglesia…” El misterio de la Iglesia aparece insertado dentro del misterio de Dios-trino, ya que éste es su fuente y origen. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son garantes de la Iglesia, pues donde están los tres, allí también se encuentra la Iglesia que es el cuerpo de los tres (Cfr. Tertuliano) La Iglesia hace visible el misterio trinitario.
Una, santa, católica y apostólica son las notas esenciales de la Iglesia proclamadas en el credo. Pero creer en la Iglesia no es creer en una doctrina, un concepto, una idea, sino que es una experiencia vital. Por eso la expresión de “madre Iglesia” supera a todas por ser la imagen más bella, repetida y entrañable. Es la que mejor expresa su naturaleza, lo que es en realidad, pues realiza las funciones de madre espiritual a imagen de la madre natural. Es contundente la expresión de San Cipriano (s.III): “No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por madre” (Sobre la unidad de la Iglesia, 6).
“La santa madre Iglesia” es la expresión más antigua usada por los santos padres, los concilios, sínodos y la predicación. Esta idea de “madre Iglesia” debe estar presente a lo largo de estas reflexiones como clave, prisma de visión o idea transversal que enfoca todo comentario. El Papa Francisco repite constantemente que la “Iglesia es nuestra madre y todos somos parte de ella; una madre misericordiosa, que comprende, que intenta ayudar, que no juzga sino que ofrece el perdón de Dios” (Audiencia General 11.09.13).
Hay ideas erróneas que se van propagando tendenciosamente fijándose sólo en lo exterior de una institución humana imperfecta y pecadora que aplica normas frías y exigentes, juzga y condena. Otros propagan la expresión más absurda que se puede pensar: “Cristo sí, Iglesia no”. Un cristiano que dijera eso se niega a sí mismo. La Iglesia es la prolongación de Cristo en el tiempo y la formamos todos, desde el Papa hasta el último recién bautizado. Es fundamental, pues, definir qué es la Iglesia.
 
Vaticano
 
QUÉ ES LA IGLESIA
La iglesia la fundó Jesucristo y la puso a andar en la historia el día de Pentecostés (Hch 2, 1ss). Aparece como la larga mano o prolongación de la acción de Cristo, guiada por el Espíritu Santo, caminando hacia la casa del Padre. Es el sacramento de Cristo y del Espíritu (CEC 738).
Para algunos la Iglesia es una estructura, una institución, un conjunto de leyes, una jerarquía. Estos se quedan sólo en lo exterior y en la periferia del ser de la Iglesia. La Iglesia no son unos muros fríos, ni unos despechos de administración, ni un parlamento de leyes. Sin duda que para funcionar necesita unas normas y unas estructuras, pero muy distintas de las del mundo, pues la única y gran ley que la conduce es la caridad.
Está compuesta por personas. Dice San Pedro: “También vosotros, como piedras vivas, sois edificados como edificio espiritual para un sacerdocio santo… vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa” (1P 2, 4-9).
Muchas figuras de diversos órdenes enriquecen la definición de Iglesia: madre, esposa de Cristo, pueblo de Dios (LG 9), sacramento y cuerpo de Cristo, sacramento de salvación universal, casa o familia de Dios edificación de Dios, maestra, luz de las gentes, labranza, viña, redil, grey de Dios, Jerusalén del cielo. Todas estas imágenes ayudan a ahondar lo que hay de invisible y misterio en la Iglesia, pues es, a la vez, una institución humana y divina. Está en el mundo pero lo trasciende. Su origen es divino y sólo lo podemos captar desde la fe. Dice San Ireneo: “Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la gracia” (Trat. contra las herejías, 3,24).
Se descubre el misterio de la Iglesia a través de sus acciones que prolongan la salvación de Cristo. Está en el mundo para proclamar el Reino de Dios anunciando el Evangelio, distribuyendo el depósito de la gracia por medio de los sacramentos; educa, ora, celebra, vive, renueva la humanidad. Está al servicio de la humanidad entera de quien recibe como pueblo de Dios sus hijos. Ejerce de buena samaritana del mundo, como Jesús, sirviendo a los más necesitados. Éste es el rostro auténtico y amable de la Iglesia madre.
Los santos, los mártires, los misioneros, que son los mejores hijos de la Iglesia exclamaban: amo a mi madre la Iglesia, creo en ella, entrego mi vida para ella. Entendían que así como a la madre se le quiere a pesar de sus arrugas, así mismo se ama a la Iglesia que durante siglos ha sufrido los avatares de la historia y se le ha pegado el polvo de mil caminos del mundo.
A pesar de los pecados de los miembros de la Iglesia, de las tensiones que siempre ha habido y habrá, a pesar de los defectos el fiel creyente siempre ama a la Iglesia. Ella nos ha engendrado para la vida de la fe, nos alimenta en sus sacramentos con la gracia de Dios, nos acompaña en el camino de la vida, nunca deja de acoger y perdonar. La Iglesia, según la expresión de los Padres, es el lugar “donde florece el Espíritu” (San Hipólito Romano, Traditio apostolica, 35).
Nuestra actitud es siempre la de aceptarla, amarla, comprenderla, colaborar con ella, sentirnos a gusto en su seno, mejorarla y rejuvenecerla con nuestra conversión continua para ser cada día más fieles a su misión. Es que cuando hablamos de Iglesia debemos pensar que la formamos todos los bautizados y todo lo que se pueda llamar pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II enriqueció la definición del misterio de la Iglesia con la hermosa expresión de “Pueblo de Dios”. “Así, pues, de todas las gentes de la tierra se compone el Pueblo de Dios, porque de todas recibe sus ciudadanos, que lo son de un reino, por cierto no terreno, sino celestial” (LG 13). Así, la Iglesia es y está llamada a ser más plenamente misterio de amor, comunión, misión y unión.
 
                                                                             
 
Monseñor Francisco Pérez , Arzobispo de Pamplona

En la recta final de un año grande


viernes, 25 de octubre de 2013

Asturias peregrina de nuevo

 
Familias de toda la diócesis partieron hoy rumbo a Roma presididas por nuestro Arzobispo Monseñor Fray Jesús Sanz Montes O.F.M. para participar en el encuentro con el  Santo Padre el Papa Francisco.

El papa Francisco a los obispos: "¡No hagáis esperar nunca a un sacerdote!"

 

En la primera ordenación episcopal de su pontificado, el Papa Francisco destacó entre las prioridades de los obispos la oración personal y la atención a los sacerdotes. En una ceremonia celebrada el jueves por la tarde en la basílica de San Pedro, el Santo Padre impuso las manos a dos diplomáticos: el italiano Giampiero Gloder, nuevo presidente de la académica diplomática del Vaticano, y el francés Jean-Marie Speich, nombrado nuncio en Ghana.
El Papa afirmó que los obispos deben, ante todo, rezar. Lo subrayó con toda claridad: «Un obispo que no reza es un obispo a mitad de camino. Y si no reza, cae en la mundanidad», es decir, en conductas superficiales y acomodaticias a la moda de cada momento.
Pero sobre todo insistió con gran fuerza, al margen del texto escrito, en un mandamiento esencial: «Amad a vuestros presbíteros y a vuestros diáconos. Son los más cercanos de los cercanos. ¡No hagáis esperar nunca a un sacerdote! Respondedles enseguida. Estad cerca de ellos».
Como siempre, el Papa hablaba desde la fuerza del ejemplo pues en sus años como arzobispo y cardenal de Buenos Aires rezaba durante dos horas en la capilla del arzobispado antes de celebrar misa a las siete de la mañana. Justo al lado había un teléfono, cuyo número conocían sólo los sacerdotes de Buenos Aires, de modo que podían llamarle siempre en esas dos horas sabiendo que Jorge Bergoglio respondería personalmente al teléfono.

El Santo Padre recordó también que «el episcopado es un servicio y no un honor», y que el obispo esta «para servir y no para dominar». Les invitó a preocuparse por todos, el primer lugar los sacerdotes y los fieles, pero también los no católicos, teniendo siempre muy presentes a los pobres, los indefensos y las personas necesitadas de ayuda.
A lo largo de estos siete meses, el Papa ha trazado un modelo de obispo ideal en sus discursos a los nuncios, a los alumnos de la academia diplomática del Vaticano y a los obispos americanos durante la JMJ de Río de Janeiro. Les previno contra el «carrerismo», contra el complejo de «príncipes» y contra la mentalidad burocrática. En la homilía de su primera ordenación episcopal ha completado el cuadro con la insistencia en la cercanía y disponibilidad respecto a los sacerdotes.

jueves, 24 de octubre de 2013

¿El mundo al revés?

 
 
Día tras día aparecen noticias que nos pueden parecer contradictorias, paradójicas, donde el rigor de los hechos, el sentido común, un pensamiento sereno nos empuja a lo contrario de la conclusión que leemos, o nos pretenden imponer. Es bueno poner en las cajetillas de tabaco un pulmón destrozado, el resultado de fumar, pero es malo mostrar a las madres que están pensando en la “salida” del aborto una foto, una ecografía, del bebé que tienen en su seno. Y hasta reconociendo un conflicto de intereses, nadie se pone de la parte más débil. El matrimonio, base de la sociedad, se puede disolver más fácilmente que muchos contratos contractuales, circunstanciales, casi anecdóticos.

Musulmanes de Siria o Egipto aluden a argumentos históricos para expulsar a los cristianos, habitantes allí varios siglos antes, y recurren a motivos religiosos para hacer algo que la ley natural, y cualquier ley religiosa, considera como malo: matar y asesinar.

Los últimos días gran parte de la sociedad española está “en shock” ante la sentencia del tribunal de derechos humanos de Estrasburgo, defendiendo a una asesina así condenada y olvidando (o al menos callando) la contrapartida de este derecho que ha violado la misma asesina. Y la justicia española, tan lenta en muchos temas, hace suyo el fallo y actúa de modo urgente. No conozco los pormenores del caso jurídico, pero no deja de resultarnos perplejo.

¿Qué está bien y qué está mal? ¿Dónde está lo correcto y lo incorrecto? ¿Podemos hacer el bien o somos marionetas de ciertos grupos de presión, de presión, de poderes ideológicos, políticos o económicos? ¿Dónde queda la libertad del hombre, esa libertad para hacer el bien, buscar el bien común y construir juntos una verdadera sociedad del bienestar íntegro?

San Agustín, gran vividor y luego gran santo, abogado corrupto y luego fervoroso converso y analista de la sociedad de su época, señalaba dos grandes males para el hombre de su siglo, y el de todos los anteriores y posteriores: vivir sin esperanza y tener una esperanza sin fundamento. Después de mis primeras líneas, y otros tantos ejemplos, nos puede parecer que estamos en la sociedad descrita por el Obispo de Hipona. ¿Hay esperanza en nuestra España de hoy? ¿Tiene fundamento nuestra esperanza, esperanza en el hombre, esperanza en el bien, esperanza en Dios?

El Papa Francisco nos ha hablado de luz, de la luz de la fe, que ilumina, da esperanza. Esa esperanza en la que fuimos salvados, en palabras de Benedicto XVI (y de san Pablo). ¿Pero realmente ilumina, infunde esperanza, ante realidades que parecen el mundo al revés? Consuela pensar, y Francisco lo recuerda en la lumen fidei, los largos siglos de la historia de la salvación, treinta y muchos, en los que Dios y la fe han ido iluminando el caminar del hombre.

¿Hay luz al final del túnel? Hace algunos años me lo pregunté, y ese deseo natural del bien, del amor, me llevó a decir: no hay luz al final del túnel, hay luz en el túnel, aquí, ahora. Hay mucha gente buena mucho bien, oculto y mezclado con el mal, que tanto nos golpea, nos golpea como mal y nos ciega con su fulgor momentáneo. Si no existiera este bien, el mundo desaparecería, el mal se devoraría a sí mismo. Era la convicción de Juan Pablo II, el Testigo de esperanza, la esperanza capaz de no tener miedo, la esperanza cimentada en la fe y en el Amor.

“La fe cristiana es fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo... La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último.” (Lumen fidei 15)