jueves, 16 de noviembre de 2017

Carta del Sr. Arzobispo


JORNADA ANTIGUA, JORNADA PERMANENTE

​Hay una página que siempre nos deja incómodos y hasta con mala conciencia cuando abrimos el Evangelio: “venid a mí, benditos de mi Padre, porque… tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25,31-46). Aquellos primeros oyentes quedaron sorprendidos. Algunos de ellos estuvieron con el Maestro día y noche en los últimos tres años. Jamás le vieron como Él decía que estuvo sediento, hambriento, forastero, desnudo, enfermo, encarcelado. La pregunta no se dejó esperar: ¿cuándo te vimos así? ¿dónde? Y su respuesta fue fulminante: “cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.

​Y el mismo Jesús lo vaticinó: siempre tendréis pobres, siempre habrá pobres… sea cual sea el rostro y el nombre de su penuria y precariedad (cf. Mt 26,11). Esto es lo que ha movido al Papa Francisco para proponer a toda la Iglesia una Jornada mundial de los pobres. Bien es verdad que la comunidad cristiana siempre ha servido a estos hermanos a través de mil gestos y un sinfín de compromisos que han marcado la identidad de la Iglesia para pasmo de los tibios o incomodidad de los poderosos de turno, que unos y otros se sentían de algún modo señalados por su mediocridad o por su prepotencia.

​Una Jornada de los pobres que viene a recordarnos lo que es memoria viva cada día en tantas personas que han abrazado el Evangelio siguiendo a Jesús pobre en la pobreza de los hermanos. Dice el Papa Francisco en el mensaje que ha escrito para esta Jornada: “No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida. En efecto, la oración, el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica. Y esta forma de vida produce alegría y serenidad espiritual, porque se toca con la mano la carne de Cristo. Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos y hermanas más débiles. Sigamos el ejemplo de san Francisco. Él, precisamente porque mantuvo los ojos fijos en Cristo, fue capaz de reconocerlo y servirlo en los pobres. Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación”.

​En la Diócesis, Cáritas, Manos Unidas, el Pan de los pobres de San Antonio, las Conferencias de San Vicente de Paúl… son algunos de los cauces en los que la comunidad cristiana se solidariza mirando a Cristo y a los santos, con los hermanos más desfavorecidos que piden les salgamos a su encuentro para encender en ellos la llama de la esperanza que se nutre de la caridad. Como decía el gran teólogo Von Balthasar, “sólo el amor es digno de fe”.



+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

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