Misas e Intenciones

``Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.El que come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo en él´´ (Jn 6, 55-56).

Misas del Mes de Febrero 2024


¿POR QUÉ OFRECER UNA MISA POR NUESTROS DIFUNTOS?. por Jean-Luc Brunin

La misa, sea celebrada en la iglesia de un pequeño pueblo de la montaña, en la catedral de Ajaccio o en la basílica de San Pedro de Roma, tiene un alcance universal. Lo que se hace presente, a saber, el sacrificio de Cristo ofreciendo su vida al Padre en un extraordinario estallido de amor, es “por nosotros y por todos”. La Eucaristía, sacramento del amor, nos convierte en contemporáneos del sacrificio de Cristo al Padre, a fin de que nos podamos asociar a este gesto de ofrenda y participar en la obra de nuestra salvación y de la salvación del mundo.

Con todo, el alcance universal de la celebración de la Eucaristía permite al presbítero que la celebra añadir una intención particular que le es confiada por los fieles. Las intenciones son diversas, afectan a la vida de las personas, a los acontecimientos que las marcan, pero también y sobre todo a los fieles difuntos. El uso se ha extendido, en las familias, de hacer celebrar una misa por un difunto. ¿Cuál es el alcance y el significado de este gesto?



La muerte es la ruptura de relación
La muerte de nuestros allegados, tanto si es súbita como si es causada por una larga enfermedad, es siempre una separación, una ruptura de la relación con el ser amado.

San Pablo nos exhorta a no dejarnos abatir como aquellos que no tienen ninguna esperanza. Él no nos pide, de ninguna manera, que neguemos el sufrimiento, sino que lo vivamos a la luz de la esperanza ofrecida por el Resucitado. Habiendo ofrecido su vida por amor a la humanidad, Cristo nos abre el acceso a la Vida de Dios.

Situarse en el punto de partida
Lo que constituye el núcleo de la esperanza del cristiano está presente en cada Eucaristía: anunciamos la muerte del Señor Jesús y celebramos su resurrección esperando su vuelta. Celebrar la Eucaristía es, de alguna manera, situarnos en el punto de paso entre nuestro mundo y el Reino de amor y de felicidad que es la tierra prometida de todos los que pasan por Cristo. Él nos da testimonio:”Yo soy la puerta”(Jn 10,9), “Nadie va al Padre, sino por mí”(Jn 14,6). Cristo presente en la Eucaristía reune a todos aquellos que están aún de camino en la tierra y reconocen en él a su Salvador, el camino a la verdad y la vida. Pero el Cristo que nos recibe en la Eucaristía está también en comunión con todos aquellos que ya han dejado este mundo hacia el Padre.



Restablecer una relación en la comunión en Cristo

Cuando confiamos una intención de misa por un difunto, vivimos en Cristo Resucitado un encuentro misterioso aunque real con aquel o aquella que ya ha entrado en la vida. La comunión de los Santos establecida en Cristo hace vivir en comunión a los vivientes en la tierra y los vivientes en el cielo. Unidos a Cristo en la celebración de la Eucaristía estamos en comunión con nuestros difuntos. Rogamos a Cristo por ellos, ellos ruegan a Cristo por nosotros. En esta comunión así establecida, les podemos hablar de lo que nos hace llorar, sufrir, confiar y esperar. La Eucaristía se convierte en el espacio de un misterioso intercambio y de una profunda comunión de amor y de oración con aquellos que ya han vivido su pascua decisiva hacia el Padre. Estamos más allá de un simple recuerdo doloroso, vivimos dentro de una misteriosa presencia unos y otros, en el seno de una comunión establecida por el don del amor de Cristo y vivificado permanentemente por el espíritu.

Lo que se celebra en la Eucaristía no tiene precio. Vivimos totalmente en el orden de la gratuidad del amor, de la gracia de Dios que nos ofrece su Vida y su comunión de amor. Sin embargo, a partir de una tradición establecida desde el siglo XII, es costumbre hacer una ofrenda al presbítero que celebra la misa por la intención particular.

Es necesario comprender bien que no se trata de comprar una misa como si el misterio celebrado tuviera un valor comercial.

La antigua práctica de confiar una intención de misa por nuestros difuntos la tendríamos que fomentar mucho, aún. Es un gesto de afecto y de vinculación con aquellos que nos han dejado. Nos permite vivir su ausencia y mantiene nuestra esperanza. Nos hace comulgar con el misterio de amor en Cristo y nos vincula unos a otros.


NOTA DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA SOBRE LA COMUNIÓN DE LOS CELÍACOS 

Madrid, 20 de febrero del 2003.

 La Comisión Episcopal de Liturgia, sensible a la situación de aquellos fieles católicos que ven dificultada su participación ordinaria en la Comunión eucarística sacramental por su condición de enfermos celíacos; en consonancia con las competencias que le otorga la Conferencia Episcopal Española, hace pública esta Nota dirigida a los párrocos, y demás sacerdotes, a los diáconos y a los ministros extraordinarios de la Comunión.

 1. La "enfermedad celíaca" y sus consecuencias para la participación eucarística. La enfermedad celíaca es una enfermedad crónica consistente en una intolerancia permanente al gluten. Afecta a una de cada doscientas personas en nuestro país. El gluten es una proteína presente en el trigo y en otros cereales. La ingestión de esta proteína, aún en pequeñas cantidades, puede causar trastornos muy importantes e irreparables para el celíaco. 

Es evidente que esta enfermedad, de la que se detectan cada día nuevos casos, afecta a la vida eucarística de los enfermos que la padecen. 

Tal situación reclama una especial sensibilidad pastoral tanto en la catequesis como en la celebración litúrgica, especialmente en el caso de los niños; para que nada aumente la dificultad, que ya de por si significa el tener que convivir literalmente con esta enfermedad de por vida. Es pues necesario fomentar en toda la comunidad eclesial una actitud de sincera acogida y de compresión amorosa, haciendo patente así la sensibilidad maternal de la Iglesia con estas personas. 

La presente nota pastoral parte de las conferencias catequéticas y singularmente litúrgicas que atañen a los ministros ordenados, de acuerdo con lo que afirmo en su día la autoridad doctrinal de la Iglesia, que excluyo la posibilidad de celebrar la eucaristía con formas sin nada de gluten, elemento este considerado esencial para la panificación¹. 

2. La enfermedad celíaca en la práctica litúrgica 

La iglesia interpelada por el llamamiento de nuestro Señor Jesucristo a la participación de todos los miembros en el banquete eucarístico "Tomad y comed todos de él", ha de facilitar el acceso a la participación plena en la eucaristía a los celíacos . Por ello los sacerdotes y ministros de la eucaristía deben conocer la existencia y peculiaridades de la "enfermedad celíaca", a fin de facilitar el acceso a la Eucaristía de las personas que padecen esta enfermedad. 

En este sentido, bastará, que antes de la celebración la propia persona que padece la enfermedad, o los padres o familiares del niño que la tiene, informen del deseo de comulgar al ministro de la Eucaristía para que éste, acogiendo la petición con la mayor delicadeza y sin reclamar mayores explicaciones, facilite al celíaco la Comunión bajo la sola especie del vino (cf. CDC cán 925). 

En muchos casos, los celíacos por su gran sensibilidad al gluten, requieren que se ponga a su disposición un segundo Cáliz en el cual la única materia que haya sido consagrada sea el vino y por ende sobre el cual no se haya llevado a cabo ni la partición ni la intinción del Pan eucarístico. Asimismo se debe disponer de un purificador cuyo uso fuera exclusivo del celíaco. 

Cuando se trate de la Primera comunión de los niños o en las Misas celebradas con éstos, se procurará que el niño o niña que padece la enfermedad se sienta respetado y apreciado por los demás niños, de manera que todos vean como algo natural y normal la solución que se adopte. 

3. Conclusión Nuestro deseo y esperanza es que la Santísima Eucaristía, celebración y sacramento de fe y de comunión sea el verdadero motor de comunidades católicas y profundamente fraternas. Deseamos vivamente que las comunidades sean capaces de acoger e integrar, con afecto fraterno, a todos los fieles en una celebración plena y gozosa. 

Al igual que en otras circunstancias pastorales nuevas, la atención a las personas que padecen la "enfermedad celíaca" reclama la fidelidad a la fe católica y al mismo tiempo capacidad de adaptación y cambio en los elementos no esenciales. 

Mons. Julián López, 
Obispo de León y 
Presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia. 

Mons. Carmelo Borobia,
 Obispo de Tarazona,
 
Mons. Carlos López, 
Obispo de Salamanca, 

Mons. Pere Tena, 
Obispo Auxiliar de Barcelona, 

Mons. José Cerviño, 
Obispo emérito de Tui-Vigo, 

Mons. Rosendo Álvarez, 
Obispo emérito de Almería. 

¹ Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta circular "Queso Dicastero", publicada en Notitiae 31, 1995, 608-610). El Ordinario puede conceder a los celíacos poder comulgar con pan de trigo con la mínima y necesaria cantidad de gluten para la panificación.



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